El debate en torno a la
globalización ha estado protagonizado por tres posturas que parecen
incuestionables. Sin embargo, replantearlas es preciso e incluso hasta
necesario. Hoy, y tomándolas como guía, buscaremos una nueva postura que se
enmarque en esta nueva realidad, o realidad transformada, a la que estamos
asistiendo.
La tendencia hiperglobalista, la
cual es una de las perspectivas del debate,
postula que la globalización es un hecho sin precedentes y de carácter
eminentemente económico, donde los pueblos restan sujetos al mercado. La nueva
era constituida ha desencadenado la difusión de la autoridad y la
artificialidad de las naciones, las cuales han quedado supeditadas a un mercado
global único. En el seno de dicha tendencia, hay caminos discrepantes. Por un
lado, encontramos los neoliberales, quienes sostienen que dicho fenómeno es
positivo dado que permite más autonomía individual, así como que el mercado
pese más que el Estado, desde siempre prioridades neoliberales. Y por el otro,
encontramos los radicales o neo marxistas, que observan la globalización como
algo negativo ya que representa el triunfo del capitalismo opresor, como dijo
Lenin en su día. Sin embargo, ambas posturas coinciden en que se ha construido
un nuevo patrón de ganadores y perdedores, que pese a diferir entre ellos sobre
las implicaciones del nuevo patrón, se puede afirmar que la división norte-sur
ya no resulta tan relevante, sino que se ha diseñado una arquitectura mucho más
compleja. Asimismo, comparten la idea de que la nueva era es una antesala de la
desaparición de los Estados Nación, porque las economías se han
desnacionalizado a favor de una gobernanza global. El papel del Estado deberá
limitarse a gestionar las consecuencias que se deriven de todo este proceso,
con el fin de evitar la desaparición del Estado del Bienestar. Pese a sostener
que existe un clima favorable para la cooperación transnacional y poner sobre
la mesa la emergencia de una sociedad civil global, la práctica cotidiana
demuestra que todo ello queda sobre libros. ¿Caminamos hacia una civilización
global? Los hiperglobalistas responderían afirmativamente a dicha cuestión,
afirmando que se han desplazado las culturas tradicionales y los estilos de
vida, produciéndose una homogenización.
En segundo lugar, tenemos la teoría
de los escépticos, quienes argumentan que la globalización sí tiene precedente,
y que más bien, se trata de un mito. La citada tendencia se basa en una visión
economicista para analizar el proceso de globalización. Partiendo de esa
visión, entiende que el mercado está perfectamente integrado, pero que
actualmente lo está en menor medida que en la época del patrón oro. En esta
misma línea, los gobiernos nacionales siguen disponiendo del mismo poder y
siguen siendo los actores centrales en un mundo en proceso de regionalización
(y no de internacionalización). Asimismo, los escépticos descartan un cambio
del orden mundial, y con ello, descartan también la posibilidad del fin de los
Estados. No obstante, los escépticos reconocen que los patrones de jerarquía y
desigualdad están transformándose, la cual cosa, contribuye a una fragmentación
étnica y cultural. Dentro de un mundo cada vez más universalizado, se
desarrollan nacionalismos agresivos y fundamentalismos que comportan un “choque
de civilizaciones”. En referencia a la desigualdad, matizan que no se ha
erosionado la diferencia entre el norte y el sur, sino que ha crecido
paulatinamente la desigualdad con el tercer mundo, creándose una esfera de
marginados o excluidos. Así, y frente a un poder multinacional, la gobernanza
global no es más que una idea ilusa, de la mano de los mismos de siempre, los
cuales siguen ostentando el poder de decidir.
Finalmente, encontramos la
postura de los transformacionalistas, que defienden la idea de que la
globalización es un proceso histórico plagado de contradicciones, siendo ésta
la fuerza central que existe tras los cambios políticos, sociales y económicos
que están surgiendo. En este mismo
sentido, la nueva situación creada obliga a la no posible delimitación de las distintas
esferas, es decir, se empieza a confundir lo nacional con lo internacional, al
igual que sucede con lo interno y lo externo. Los transformacionalistas no se
atreven a hacer predicciones de futuro, ni pretenden juzgas el presente, sin
embargo, con esta decisión lo están haciendo. La globalización es para ellos un
fenómeno que permite reorganizar el poder, afectando claramente a la
distribución de funciones y autoridades de los gobiernos estatales. ¿Cuál será
su poder? La política se caracterizará primordialmente por unas redes
transnacionales con poder que permitirán y conllevarán la emergencia de nuevas
formas de poder o gobernanza
extraterritoriales (o aterritoriales). Respecto a los patrones de desigualdad,
cabe apuntar, que los transformacionalistas ya no los sitúan en divisiones
geográficas o territoriales, sino que apuestan por una división social en
función del trabajo, ergo protagonizada por la economía. Así, quedan
redefinidos los patrones de inclusión y exclusión. Esta tercera teoría destaca
la importancia de las comunicaciones y los transportes en el proceso que hoy
nos ocupa. Podríamos concluir, que los transformacionalistas apuestan por
entender la globalización cómo “una reingeniería” del poder y de las funciones,
siendo la transformación de la soberanía estatal un punto clave en dicho
proceso.
El británico Francis Bacon
afirmó que: “Quien no quiere pensar es un fanático; quien
no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde.” Osadas nosotras, las musas de
Walras, que nos hemos propuesto rescribir y replantear estas tres posturas,
haciendo un largo viaje hacia la globalización.
La globalización constituye para
nosotras un largo proceso, arralado a la propia historia, que pese a tener
precedentes, su momento actual rompe cualquier posible delimitación. El calibre
de la “nueva” globalización marca la diferencia. Pese a tratarse de un proceso
multidimensional, predomina de forma clara un factor económico, acercándonos a
lo postulado por los hiperglobalistas. El capitalismo global ha marcado su
camino, y éste es el verdadero protagonista de la globalización, aunque sus
consecuencias e impactos en otros niveles resulten mucho más visibles (o
incluso más relevantes a nivel social). El auge de este factor económico crea
en el sí del poder un vacío político por dónde los mercados pueden
escabullirse. El Estado no está cerca de su fin, pero sin duda, éste se está
dibujando de nuevo. Tendrá y ya empieza
a tener un nuevo papel, unas nuevas funciones y sobretodo, está cada vez más
estrechamente vinculado con las empresas privadas. El rediseño de los Estados,
de su soberanía y de sus competencias, permite la emergencia de nuevos actores
con poder. Es probable, que el vínculo entre Estado y economía naciera con la
aparición de éstos, sin embargo, la relevancia de los medios de comunicación de
masas y la libertad de información nos permiten ser mucho más críticos y
disponer de más información para juzgar cada actuación. Ergo, coincidiríamos
con los transformacionalistas cuando apuntan que se está erigiendo un nuevo
orden, una nueva arquitectura.
En relación a los patrones de
estratificación, debemos señalar que no encontramos que sean, los propuestos
por las tres teorías, excluyentes entre sí. La división norte-sur no ha
desaparecido, sino que ahora tenemos nuevas dimensiones de exclusión. Así,
tenemos la división clásica, que se complementa con la división producida por
el beneficio de las élites y con la división social del trabajo. No obstante,
es preciso tener en cuenta, que zonas consideradas sur (o tercer mundo) han
conseguido mediante el proceso de regionalización tomar la fuerza suficiente como
para enfrentarse al “tradicional” primer mundo. A modo de ejemplo, Asia.
Llegados a éste punto,
deberíamos preguntarnos si se trata de una globalización, o bien, de una occidentalización.
En este sentido, nuestra postura se acercaría de nuevo a los hiperglobalistas,
dado que compartimos con éstos la idea de que se ésta formando una civilización
global. Sin embargo, la formación tiene unos dirigentes (el modelo de
Occidente) y una forma clara de imposición. Que algo sea invisible no demuestra
su inexistencia.
Existe debate interno dentro del
grupo, incluso contradicciones, en torno al papel del Estado, defendiendo unos,
el fin de éste y otros, su nuevo papel fundamental. Como diría Buñuel, la ciencia no nos
interesa, pues ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la
contradicción, cosas que nos son preciosas. Sin embargo, todas coincidimos en
la falta de una meta clara del proceso de globalización. Ni meta, ni dirección
única. El complejo proceso de globalización está demostrando día a día que
camina hacia destinos diferentes, generando un impacto no uniforme, así como
unas consecuencias heterogéneas. Pero el
presente ya demuestra hacia dónde vamos, así que pese a la imposibilidad de
predecir de forma clara dónde llegaremos, podemos afirmar dónde estamos y cómo
hemos llegado hasta aquí. Después de replantearnos la globalización, cabría
replantearse la modernidad.
Como punto final, y a grandes
rasgos, hemos concluido que la teoría queda reducida en la práctica, la cual
supera toda expectativa. La globalización no debe analizarse siguiendo
posturas, sino como núcleo y combinación de multitud de factores,
principalmente, el económico, que se impulsan y retroalimentan, creando un
mundo, sino nuevo, transformado y por reconocer. Un proceso largo, con
precedentes más allá de la edad moderna, donde la revolución de comunicación y
transportes sigue aún, hoy día, constituye un factor clave para continuar en el
mismo camino. Quizás deberíamos preguntarnos: ¿Cuál es y cuál ha sido el papel de internet en todo esto?
Siempre quedarán cosas por responder.
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