dimarts, 14 de febrer del 2012

Replanteando la globalización.




El debate en torno a la globalización ha estado protagonizado por tres posturas que parecen incuestionables. Sin embargo, replantearlas es preciso e incluso hasta necesario. Hoy, y tomándolas como guía, buscaremos una nueva postura que se enmarque en esta nueva realidad, o realidad transformada, a la que estamos asistiendo. 

La tendencia hiperglobalista, la cual es una de las perspectivas del debate,  postula que la globalización es un hecho sin precedentes y de carácter eminentemente económico, donde los pueblos restan sujetos al mercado. La nueva era constituida ha desencadenado la difusión de la autoridad y la artificialidad de las naciones, las cuales han quedado supeditadas a un mercado global único. En el seno de dicha tendencia, hay caminos discrepantes. Por un lado, encontramos los neoliberales, quienes sostienen que dicho fenómeno es positivo dado que permite más autonomía individual, así como que el mercado pese más que el Estado, desde siempre prioridades neoliberales. Y por el otro, encontramos los radicales o neo marxistas, que observan la globalización como algo negativo ya que representa el triunfo del capitalismo opresor, como dijo Lenin en su día. Sin embargo, ambas posturas coinciden en que se ha construido un nuevo patrón de ganadores y perdedores, que pese a diferir entre ellos sobre las implicaciones del nuevo patrón, se puede afirmar que la división norte-sur ya no resulta tan relevante, sino que se ha diseñado una arquitectura mucho más compleja. Asimismo, comparten la idea de que la nueva era es una antesala de la desaparición de los Estados Nación, porque las economías se han desnacionalizado a favor de una gobernanza global. El papel del Estado deberá limitarse a gestionar las consecuencias que se deriven de todo este proceso, con el fin de evitar la desaparición del Estado del Bienestar. Pese a sostener que existe un clima favorable para la cooperación transnacional y poner sobre la mesa la emergencia de una sociedad civil global, la práctica cotidiana demuestra que todo ello queda sobre libros. ¿Caminamos hacia una civilización global? Los hiperglobalistas responderían afirmativamente a dicha cuestión, afirmando que se han desplazado las culturas tradicionales y los estilos de vida, produciéndose una homogenización.      

En segundo lugar, tenemos la teoría de los escépticos, quienes argumentan que la globalización sí tiene precedente, y que más bien, se trata de un mito. La citada tendencia se basa en una visión economicista para analizar el proceso de globalización. Partiendo de esa visión, entiende que el mercado está perfectamente integrado, pero que actualmente lo está en menor medida que en la época del patrón oro. En esta misma línea, los gobiernos nacionales siguen disponiendo del mismo poder y siguen siendo los actores centrales en un mundo en proceso de regionalización (y no de internacionalización). Asimismo, los escépticos descartan un cambio del orden mundial, y con ello, descartan también la posibilidad del fin de los Estados. No obstante, los escépticos reconocen que los patrones de jerarquía y desigualdad están transformándose, la cual cosa, contribuye a una fragmentación étnica y cultural. Dentro de un mundo cada vez más universalizado, se desarrollan nacionalismos agresivos y fundamentalismos que comportan un “choque de civilizaciones”. En referencia a la desigualdad, matizan que no se ha erosionado la diferencia entre el norte y el sur, sino que ha crecido paulatinamente la desigualdad con el tercer mundo, creándose una esfera de marginados o excluidos. Así, y frente a un poder multinacional, la gobernanza global no es más que una idea ilusa, de la mano de los mismos de siempre, los cuales siguen ostentando el poder de decidir.  

Finalmente, encontramos la postura de los transformacionalistas, que defienden la idea de que la globalización es un proceso histórico plagado de contradicciones, siendo ésta la fuerza central que existe tras los cambios políticos, sociales y económicos que están surgiendo.  En este mismo sentido, la nueva situación creada obliga a la no posible delimitación de las distintas esferas, es decir, se empieza a confundir lo nacional con lo internacional, al igual que sucede con lo interno y lo externo. Los transformacionalistas no se atreven a hacer predicciones de futuro, ni pretenden juzgas el presente, sin embargo, con esta decisión lo están haciendo. La globalización es para ellos un fenómeno que permite reorganizar el poder, afectando claramente a la distribución de funciones y autoridades de los gobiernos estatales. ¿Cuál será su poder? La política se caracterizará primordialmente por unas redes transnacionales con poder que permitirán y conllevarán la emergencia de nuevas formas de poder  o gobernanza extraterritoriales (o aterritoriales). Respecto a los patrones de desigualdad, cabe apuntar, que los transformacionalistas ya no los sitúan en divisiones geográficas o territoriales, sino que apuestan por una división social en función del trabajo, ergo protagonizada por la economía. Así, quedan redefinidos los patrones de inclusión y exclusión. Esta tercera teoría destaca la importancia de las comunicaciones y los transportes en el proceso que hoy nos ocupa. Podríamos concluir, que los transformacionalistas apuestan por entender la globalización cómo “una reingeniería” del poder y de las funciones, siendo la transformación de la soberanía estatal un punto clave en dicho proceso. 

El británico Francis Bacon afirmó que: Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde.” Osadas nosotras, las musas de Walras, que nos hemos propuesto rescribir y replantear estas tres posturas, haciendo un largo viaje hacia la globalización.

La globalización constituye para nosotras un largo proceso, arralado a la propia historia, que pese a tener precedentes, su momento actual rompe cualquier posible delimitación. El calibre de la “nueva” globalización marca la diferencia. Pese a tratarse de un proceso multidimensional, predomina de forma clara un factor económico, acercándonos a lo postulado por los hiperglobalistas. El capitalismo global ha marcado su camino, y éste es el verdadero protagonista de la globalización, aunque sus consecuencias e impactos en otros niveles resulten mucho más visibles (o incluso más relevantes a nivel social). El auge de este factor económico crea en el sí del poder un vacío político por dónde los mercados pueden escabullirse. El Estado no está cerca de su fin, pero sin duda, éste se está dibujando de nuevo.  Tendrá y ya empieza a tener un nuevo papel, unas nuevas funciones y sobretodo, está cada vez más estrechamente vinculado con las empresas privadas. El rediseño de los Estados, de su soberanía y de sus competencias, permite la emergencia de nuevos actores con poder. Es probable, que el vínculo entre Estado y economía naciera con la aparición de éstos, sin embargo, la relevancia de los medios de comunicación de masas y la libertad de información nos permiten ser mucho más críticos y disponer de más información para juzgar cada actuación. Ergo, coincidiríamos con los transformacionalistas cuando apuntan que se está erigiendo un nuevo orden, una nueva arquitectura.

En relación a los patrones de estratificación, debemos señalar que no encontramos que sean, los propuestos por las tres teorías, excluyentes entre sí. La división norte-sur no ha desaparecido, sino que ahora tenemos nuevas dimensiones de exclusión. Así, tenemos la división clásica, que se complementa con la división producida por el beneficio de las élites y con la división social del trabajo. No obstante, es preciso tener en cuenta, que zonas consideradas sur (o tercer mundo) han conseguido mediante el proceso de regionalización tomar la fuerza suficiente como para enfrentarse al “tradicional” primer mundo. A modo de ejemplo, Asia.

Llegados a éste punto, deberíamos preguntarnos si se trata de una globalización, o bien, de una occidentalización. En este sentido, nuestra postura se acercaría de nuevo a los hiperglobalistas, dado que compartimos con éstos la idea de que se ésta formando una civilización global. Sin embargo, la formación tiene unos dirigentes (el modelo de Occidente) y una forma clara de imposición. Que algo sea invisible no demuestra su inexistencia. 

Existe debate interno dentro del grupo, incluso contradicciones, en torno al papel del Estado, defendiendo unos, el fin de éste y otros, su nuevo papel fundamental.  Como diría Buñuel, la ciencia no nos interesa, pues ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la contradicción, cosas que nos son preciosas. Sin embargo, todas coincidimos en la falta de una meta clara del proceso de globalización. Ni meta, ni dirección única. El complejo proceso de globalización está demostrando día a día que camina hacia destinos diferentes, generando un impacto no uniforme, así como unas consecuencias heterogéneas.  Pero el presente ya demuestra hacia dónde vamos, así que pese a la imposibilidad de predecir de forma clara dónde llegaremos, podemos afirmar dónde estamos y cómo hemos llegado hasta aquí. Después de replantearnos la globalización, cabría replantearse la modernidad.

Como punto final, y a grandes rasgos, hemos concluido que la teoría queda reducida en la práctica, la cual supera toda expectativa. La globalización no debe analizarse siguiendo posturas, sino como núcleo y combinación de multitud de factores, principalmente, el económico, que se impulsan y retroalimentan, creando un mundo, sino nuevo, transformado y por reconocer. Un proceso largo, con precedentes más allá de la edad moderna, donde la revolución de comunicación y transportes sigue aún, hoy día, constituye un factor clave para continuar en el mismo camino. Quizás deberíamos preguntarnos: ¿Cuál es y cuál ha sido el papel de internet en todo esto? Siempre quedarán cosas por responder. 

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