Es un hecho recurrente atribuir los problemas económicos y laborales
de nuestra sociedad actual a la cantidad de inmigrantes que acuden a nuestros
países con la voluntad de prosperar y encontrar nuevas oportunidades que en sus
países de origen nunca tuvieron. El tema de las migraciones se trata por lo
tanto como algo novedoso, propio del siglo
XXI y sin ningún precedente. Pero, ¿es realmente así?
Si nos adentramos en la historia, nos damos cuenta de que las
migraciones tienen su punto de partida muchos años atrás, siendo especialmente
relevantes a partir de 1840, cuando empezaron las llamadas “migraciones en masa”. Antes de la fecha,
el coste de la movilidad de un país a otro era excesivo para aquellos que se
planteaban emigrar; solo lo hacían aquellos que estaban bajo condiciones de
esclavitud o servidumbre, es decir, los que se veían obligados. Bien entrado el
siglo XIX, y con el abaratamiento del coste de los transportes y el desarrollo
de las comunicaciones, las emigraciones
fueron una opción más segura para conseguir una vida digna. El precio que
pagaban por moverse de un país a otro era menor que el que suponía quedarse.
Dentro de estas migraciones masivas, las producidas a principios del
siglo XIX, Reino Unido y Alemania son los países protagonistas. Más tarde, y
siguiendo los esquemas británicos y alemanes, emigrantes escandinavos
protagonizaron las oleadas de mitad de siglo. No fue hasta la década de 1880,
cuando finalmente los llamados “países
latinos” (España, Italia y Portugal) iniciaron la última oleada que
arrastró también a austrohúngaros, rusos y polacos, en 1890.
El destino principal de todos ellos era el Nuevo Mundo: la tierra
prometida con abundantes recursos naturales y escasa mano de obra. Estados
Unidos, por lo tanto, recibió 3/5 partes de la migración total que se produjo
en aquella época; aunque se registraron algunos desplazamientos significativos
hacia América del sur y Canadá. Las migraciones internas dentro de Europa
también fueron significativas, aunque más protagonismo tuvieron los movimientos
entre Canadá y el Nuevo Mundo: “hasta
1900, la emigración canadiense hacia EE.UU compensó exactamente la inmigración
canadiense que venía de Europa.” (McInnis, 1994).
Nos encontramos entonces ante un emigrante en busca de oportunidades,
aunque sustancialmente distinto en el tiempo: el emigrante de 1800 se
caracterizaba por ser granjero y artesano rural, que viajaban en familia con el
fin de adquirir tierras en el Nuevo Mundo (o en sus fronteras) para
establecerse y trabajarlas de por vida; mientras que en 1900, apareció el
emigrante con raíces rurales pero proveniente de las áreas urbanas y no
relacionadas con la agricultura. Pero,
¿cuáles eran los motivos que propiciaban éstos flujos migratorios?
Como apuntan algunos académicos, el principal motivo de las
migraciones masivas en ésta época se debe a la huída de la gran hambruna que se
dio lugar en la década de 1840 en Europa. Ésta, junto con la Revolución
Industrial, permitió activar el primer gran flujo de migraciones masivas; que
se vio incrementado conforme la situación económica empeoraba y el entorno
político se preparaba para la inminente Primera Guerra Mundial. Por lo tanto,
es lógico deducir que las condiciones del mercado de trabajo interior y
exterior fueron determinantes en la decisión de emigrar o no.
También es importante destacar la emigración latina (España, Italia,
Portugal), que aunque tardía, tuvo una gran importancia en los flujos
migratorios. Es bien sabido que el coste de volver hacia atrás una vez se había
emigrado era demasiado elevado, y era simplemente por eso que nadie volvía a su
país de origen. Esto pero, no se puede aplicar a los países latinos: los
italianos, a modo de ejemplo, protagonizaron la llamada “migración temporal”, la cual implicaba el retorno de los
emigrantes a su tierra natal según la estación del año en la que se encontraban,
gracias al abaratamiento de los costes del transporte. De aquí que se les
denomine “pájaros de travesías”.
Finalmente, a causa de la ralentización de la industrialización en los
países europeos y la estabilización de los emigrantes en el extranjero, los
salarios reales entre los mercados de trabajo internos y externos se fueron
equilibrando, provocando así una caída en las tasas de emigración.
Entonces, en una situación de crisis como la actual… ¿Es emigrar la
solución? ¿Hacia dónde?
O’ROURKE, K.H. Y
WILLIAMSON, J.C. Globalización e
Historia: La evolución de la economía atlántica en el siglo XIX. Prensas
Universtárias de Zaragoza. Traducción de Montse Ponz
Irina Barnés Garzón
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada