divendres, 17 de febrer del 2012

Emigrar o no emigrar, ésa es la cuestión.

Es un hecho recurrente atribuir los problemas económicos y laborales de nuestra sociedad actual a la cantidad de inmigrantes que acuden a nuestros países con la voluntad de prosperar y encontrar nuevas oportunidades que en sus países de origen nunca tuvieron. El tema de las migraciones se trata por lo tanto  como algo novedoso, propio del siglo XXI y sin ningún precedente. Pero, ¿es realmente así?

Si nos adentramos en la historia, nos damos cuenta de que las migraciones tienen su punto de partida muchos años atrás, siendo especialmente relevantes a partir de 1840, cuando empezaron las llamadas “migraciones en masa”. Antes de la fecha, el coste de la movilidad de un país a otro era excesivo para aquellos que se planteaban emigrar; solo lo hacían aquellos que estaban bajo condiciones de esclavitud o servidumbre, es decir, los que se veían obligados. Bien entrado el siglo XIX, y con el abaratamiento del coste de los transportes y el desarrollo de las comunicaciones,  las emigraciones fueron una opción más segura para conseguir una vida digna. El precio que pagaban por moverse de un país a otro era menor que el que suponía quedarse.

Dentro de estas migraciones masivas, las producidas a principios del siglo XIX, Reino Unido y Alemania son los países protagonistas. Más tarde, y siguiendo los esquemas británicos y alemanes, emigrantes escandinavos protagonizaron las oleadas de mitad de siglo. No fue hasta la década de 1880, cuando finalmente los llamados “países latinos” (España, Italia y Portugal) iniciaron la última oleada que arrastró también a austrohúngaros, rusos y polacos, en 1890. 



El destino principal de todos ellos era el Nuevo Mundo: la tierra prometida con abundantes recursos naturales y escasa mano de obra. Estados Unidos, por lo tanto, recibió 3/5 partes de la migración total que se produjo en aquella época; aunque se registraron algunos desplazamientos significativos hacia América del sur y Canadá. Las migraciones internas dentro de Europa también fueron significativas, aunque más protagonismo tuvieron los movimientos entre Canadá y el Nuevo Mundo: “hasta 1900, la emigración canadiense hacia EE.UU compensó exactamente la inmigración canadiense que venía de Europa.” (McInnis, 1994).



Nos encontramos entonces ante un emigrante en busca de oportunidades, aunque sustancialmente distinto en el tiempo: el emigrante de 1800 se caracterizaba por ser granjero y artesano rural, que viajaban en familia con el fin de adquirir tierras en el Nuevo Mundo (o en sus fronteras) para establecerse y trabajarlas de por vida; mientras que en 1900, apareció el emigrante con raíces rurales pero proveniente de las áreas urbanas y no relacionadas con la agricultura.  Pero, ¿cuáles eran los motivos que propiciaban éstos flujos migratorios?

Como apuntan algunos académicos, el principal motivo de las migraciones masivas en ésta época se debe a la huída de la gran hambruna que se dio lugar en la década de 1840 en Europa. Ésta, junto con la Revolución Industrial, permitió activar el primer gran flujo de migraciones masivas; que se vio incrementado conforme la situación económica empeoraba y el entorno político se preparaba para la inminente Primera Guerra Mundial. Por lo tanto, es lógico deducir que las condiciones del mercado de trabajo interior y exterior fueron determinantes en la decisión de emigrar o no.

También es importante destacar la emigración latina (España, Italia, Portugal), que aunque tardía, tuvo una gran importancia en los flujos migratorios. Es bien sabido que el coste de volver hacia atrás una vez se había emigrado era demasiado elevado, y era simplemente por eso que nadie volvía a su país de origen. Esto pero, no se puede aplicar a los países latinos: los italianos, a modo de ejemplo, protagonizaron la llamada “migración temporal”, la cual implicaba el retorno de los emigrantes a su tierra natal según la estación del año en la que se encontraban, gracias al abaratamiento de los costes del transporte. De aquí que se les denomine “pájaros de travesías”.

Finalmente, a causa de la ralentización de la industrialización en los países europeos y la estabilización de los emigrantes en el extranjero, los salarios reales entre los mercados de trabajo internos y externos se fueron equilibrando, provocando así una caída en las tasas de emigración. 

Entonces, en una situación de crisis como la actual… ¿Es emigrar la solución? ¿Hacia dónde?

O’ROURKE, K.H. Y WILLIAMSON, J.C. Globalización e Historia: La evolución de la economía atlántica en el siglo XIX. Prensas Universtárias de Zaragoza. Traducción de Montse Ponz

Irina Barnés Garzón

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